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    De plásticos ¡hasta la coronilla!


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    El autor es periodista. Reside en Santo Domingo

    POR PEDRO GIL ITURBIDES 

    Una olla de barro en la cual se cocían las habichuelas rojas sobrevivió por más de tres lustros a una olla de presión Maid of Honor. La historia nadie tiene necesidad de referírmela, pues es parte de las vivencias de la casa de mis padres. Por tanto, es un recuerdo personal.

    Papá compró la Maid of Honor en 1949. Le explicó a mamá las propiedades de una olla tan especial. Y mamá la especializó en el ablandamiento de garbanzos, pata de vaca y otros alimentos. Pero de habichuelas rojas, ¡nananina!

    Secundada por Digna Cuevas, una neibera hecha parte de la familia por los años y el cariño, sólo la guerra civil pudo con la olla de barro. Lamenté la biblioteca de mi padre, eso confieso; pero me alegré por la ollita de barro.

    Hoy lo lamento. Mi hermana menor, Ramona María de los Ángeles, médico con larga vivencia en Estados Unidos de Norteamérica, recogió de entre sus tías y primos de Artá, Mallorca, varios utensilios de barro. Hace años de esa recolección, pero muestra su utilidad y aprecio en España. Entre tanto, en Santo Domingo borramos los serones, las árganas, las ollas de barro, los macutos, los sacadores de higuero pequeño y los higueros grandes usados en el pasado para limpiar arroz selecto y leguminosas de sus palitos y restos de tierra.

    Se debe contarnos, pues, entre los responsables por el calentamiento global. Si no nos detenemos en esta orgía de quebrantamiento de la Naturaleza, estaremos entre los responsables por la muerte de la vida en el Planeta Tierra.

    Por supuesto, no solamente nosotros. Cálculos hechos en años recientes dan por seguro el ahogamiento de peces y crustáceos a la vuelta de quince años. En algunos países se llevan a cabo esfuerzos para recoger esos plásticos arrastrados por los ríos y llevados al mar. Pero… ¿hacemos lo suficiente? ¿Cumplimos con lo necesario?

    De niño, antes de utilizar las primeras pantuflas de cuero, las usé de cabuya tejida y coloreada. Mientras mis hermanas lucían sandalias con flores coloreadas sobre los dedos de los pies, los varones portábamos pantuflas con la parte frontal coloreadas en azul o verde.

    Y no eran llevadas a República Dominicana desde Venus o Marte. Tampoco se importaban desde países europeos o desde el Norte del continente. Estas comodidades se llevaban a la capital desde campos del Cibao.

    Y al observar que en Gurabo. Santiago de los Caballeros, quedan remanentes de una artesanía negada a desaparecer, le atribuyo su confección a los abuelos de quienes todavía fabrican sombreros gurabenses.

    Algunos países, sobre todo en Europa y en el Sureste asiático, se niegan a sumar su crecimiento a la muerte de la Tierra. Han comenzado a sustituir las fundas plásticas de los supermercados y otras tiendas, con otros recipientes. En algunos lugares utilizan la jícara del coco.

    Pero éste es un recipiente pequeño y de uso limitado.

    Ha llegado el instante de retornar al pasado.  Resucitar el arte de quienes tejían sogas de henequén y sisal, guano y otras fibras de palmas,   para confeccionar zapatillas, sandalias, pantuflas, carteras, árganas y macutos.

    Sobre todo, se impone volver al macuto, cuyo tamaño, obliga a pensar que las fundas plásticas son su copia.

    Conviene sembrar la mata de higueros, grandes y pequeños, para su aprovechamiento en lugar de recipientes plásticos.

    En pocas palabras, conviene retornar a la resurrección de una industria del pasado, hoy planteada como artesanal. Ayer, contemplada como solucionadora de empaques  grandes y pequeños, de vida larga, aunque perecedera.

    A diferencia del plástico, con un macuto de guano jamás perecerá la Tierra.


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